Enmascaramiento
Me perdí a mí
misma para que no me encontraran.
Me faltaba poco para cumplir 16 años cuando me dijeron mi
diagnóstico. Me dijeron: Tienes Síndrome de Asperger, que es un Trastorno del
Espectro Autista. Esto quiere decir que tu cerebro funciona de manera
diferente…
Pero en mi mente esas cuatro palabras se repetían como un mantra,
quizá sin ninguna finalidad: Tienes síndrome de Asperger, tienes Síndrome de Asperger, tienes síndrome
de Asperger… ¡TENGO SÍNDROME DE ASPERGER!
En ese momento, sólo tenía clara una cosa: no me conozco.
No sé quién narices soy, no sé lo que me gusta, lo que no,
no sé si soy introvertida, o extrovertida, si soy sensible, o soy más racional, si
estoy feliz o triste, si me gusta lo que hago, o si quisiera otra vida…
A medida que aprendía sobre el Autismo… no sé, fue una
experiencia extraña. Las cosas que leía no parecían relacionarse conmigo, pero
todas me traían un aroma familiar, como de algo que llevaba ocultando mucho
tiempo, como un compañero que llevaba mucho tiendo conmigo, y había estado
acallando.
Me di cuenta de que no tenía ni idea de quién era yo, porque
era una mezcla de caretas y personajes que había creado para encajar, era una
mezcla de tantas personas distintas, era el acento de esta chica, los gestos de
esta otra, las expresiones de mi amiga, los gustos que copié de esta otra
persona… Toda mi personalidad era una copia y pega de las personas más “populares”,
o que habían tenido más éxito que yo socializando, era una maldita marioneta. Pero
lo más triste es que por mucho que me esforzaba por ser como ellas, por camuflarme,
nunca tuve éxito. Siempre era la rara, la que sobra, la última que escogen, la
que nadie prefiere… Me sentía como una mera espectadora en todos los grupos con los
que estaba, y me sentía una extraña hasta conmigo, porque de tanto cambiarme
olvidé quién era, y de tanto esconderme me perdí.
¿Qué es el enmascaramiento en el autismo?
Todo el mundo usa una “careta” a veces, es la forma que
tenemos de relacionarnos, y al igual que no vamos por la calle desnudos,
tampoco nos mostramos ante todo el mundo y en todas las situaciones exactamente
como somos. Pero en el autismo esto va mucho más allá, ya que al ser tan
radicalmente diferentes de los demás, nos enseñan que todo lo que somos está
mal, y enmascarar significa suprimir nuestros rasgos autistas,
consciente o inconscientemente, y adoptar actitudes que no son propias de
nosotros, pero son socialmente aceptables. Es bien sabido que las niñas autistas “vuelan por debajo del radar”. Esto
quiere decir que pasamos desapercibidas, y es precisamente porque somos expertas
en camuflaje, somos camaleónicas.
Nota: esto no se cumple siempre,
también hay chicas autistas que no enmascaran en absoluto (lo cual me parece
genial, por cierto), y chicos que enmascaran muchísimo. En general no me gusta
mucho eso de dividir el autismo en las categorías de “hombre” y “mujer”, entre
otras cosas porque no deja sitio para las personas transexuales, no-binarias,
intersexuales… Pero es cierto que a las personas asignadas mujeres al nacer se nos diagnostica menos, porque los actuales criterios se basan en chicos.
Pero cambiar nuestra forma de ser para encajar es demasiado dañino para nosotros en muchísimos aspectos, y nada me gustaría más que no hubiera un solo niño o niña autista en el mundo que no sienta la necesidad de ser de otra manera. Pero lo cierto es que la mayoría de nosotros pasamos por eso. Desde una edad muy temprana nos damos cuenta de nuestras diferencias, y aunque no sepamos exactamente en qué somos diferentes, sabemos que no podemos ser como somos, porque nadie nos va a aceptar así. Yo recuerdo tener unos 7 años, y quedarme recreos enteros observando a los niños de mi edad mientras jugaban. Puede parecer que quisiera participar, pero no, les estaba observando cual antropóloga observa una civilización desconocida.
Me fijaba en sus gestos, en su lenguaje que me resultaba tan extraño, y establecía patrones entre todas sus acciones. Recuerdo seleccionar a la niña más “popular” de mi clase, y pensar: ¿por qué ella tiene tantos amigos y yo no tengo ninguno? Tengo que ser más como ella. Me dedicaba a observarla, y luego en casa repetía sus gestos, su tono de voz, su lenguaje corporal… Recuerdo que mi madre me decía: Anna, ¿por qué hablas así?
No era del todo consciente de lo que estaba haciendo, pero
sabía que funcionaba. Yo tenía un vocabulario muy amplio, y tengo la tendencia
a usar las palabras más precisas que puedo, pero claro, cuando tienes 6 años, y
dices “esfera” en lugar de “bola”, o “almuerzo” en lugar de “bocata”, los demás
niños no te entienden. Por eso también empecé a usar las palabras que usaban
ellos, aunque fueran menos precisas. Una cosa que me parece interesante es que
nunca fui capaz de decir una sola palabrota en mi vida, y tengo 18 años.
Simplemente me resultan demasiado desagradables.
Fueron muchas las cosas de mí misma que cambié, algunas no recuerdo con detalle. Diría que fueron demasiadas, pero es que siempre son demasiadas.
En mi más temprana adolescencia, cuando empecé a ir sola al colegio (12 años) recuerdo mirarme en el espejo antes de salir de casa. Practicaba una serie de expresiones faciales que había ido perfeccionando a lo largo de los años. Algunos tipos de sonrisa, caras de circunstancia, sonrisas cómplices, algunas risas... Practicaba el saludo que haría nada más entrar en el colegio, la cara que pondría, y saludaba con la mano. Después, mientras bajaba en el ascensor al portal, me hacía a la idea de que tenía que empezar a actuar. Tenía que meterme en mi personaje, ser la niña perfecta que no mete la pata.
Llevo tantos y tantos años modificando mi forma de ser, de comunicarme, mis gustos...
Me siento encima de mis manos cuando estoy con gente para evitar la tentación de moverlas, dejé de decir mi opinión, fingí que entendía lo que no entendía, fingí que me gustaba lo que no me gustaba, dije sí cuando cada parte de mi cuerpo gritaba por decir que no, me quedé en sitios de los que deseaba salir corriendo (sobretodo por problemas sensoriales). Me quedé noches en vela viendo programas de televisión que odio, sólo para tener un tema de conversación, y para que no me dijeran que era rara, hice lo que me dijeron que hiciera, memoricé esquemas de conversaciones para evitar meter la pata, memoricé frases rituales para decir en cada situación, planifiqué cada uno de mis gestos, cada una de mis palabras... Todo para que no me vieran por dentro, porque sabía que si me veían no me iban a querer. Estaba convencida, en lo más profundo de mi ser, de que mi forma de ser estaba mal, y que nadie debía verme así. Por eso me cubrí de caretas, actué como un personaje, y me convertí en él. Ahora ya no sé dónde empiezo yo, y dónde termina la máscara.
¿Porqué es tan dañino?
A parte de las terribles repercusiones que tiene en nuestra autoestima, y en la conciencia que tenemos de nuestra propia persona, enmascarar, aunque muchas veces es inconsciente, requiere un esfuerzo mental prolongado, que nos lleva a estar muy cansados todo el día.
Cuando yo salgo de clase, o de una situación social, estoy tan cansada como si hubiera estado corriendo una maratón, y tres días enteros sin dormir...
Cuando era más pequeña, al salir de clase y quitarme la mochila, no sólo me liberaba del pelo de los libros sobre mi espalda. Me liberaba del peso de las máscaras, y de la presión por encajar. Y estaba tan terriblemente cansada, que el más mínimo cambio o problema me hacía estallar en rabietas incontrolables. No tenía energía para estudiar, para hacer los deberes...
Enmascarar puede ser útil para encajar en una situación social, pero no es nada bueno a largo plazo. Llegará un momento en que no podamos mantener la careta, y la gente nos conocerá de verdad. Y debería ser así, porque de lo contrario no sé si podemos considerarlos amigos, si no nos conocen.
Especialmente los diagnosticados en la edad adulta, cuando reciben su diagnóstico de Autismo pueden entrar en Shock, como me pasó a mí. Entras en Shock cuando te das cuenta de que llevas toda la vida enmascarando, y que has estado fingiendo ser alguien que no eres. Y cuando decides desenmascarar, y dejas de fingir, y dejas de hacer las cosas que hacías... Nada reemplaza mágicamente esos huecos vacíos, y puedes sentir que no sabes quién eres.
La importancia de desenmascarar
Los autistas somos parte de este mundo, no somos un mundo y a parte. Nos merecemos un lugar en la sociedad donde ser nosotros mismos sin que nos juzguen. Pero desgraciadamente hay mucho estigma en todo lo que rodea al autismo, y la gente crítica y juzga todo lo que no conoce. Por eso considero que es tan importante dar a conocer el autismo, y ser nosotros mismos en público es un acto valiente y de rebeldía que puede llevar a la sociedad a una mejor comprensión y aceptación del autismo.
Desgraciadamente no todos estamos en un lugar seguro en el que hacer eso. Si empiezas a mostrar tus rasgos autistas, puedes perder tu trabajo, se pueden meter contigo, te pueden hacer bulling...
Por eso no recomendaría a todo el mundo desenmascarar completamente, hay muchos factores en juego. Sin embargo, sí que recomiendo a todo el mundo conocerse mejor, y averiguar qué partes de tí son reales, y cuáles son careta, escuchar a esa persona que llevas tanto tiempo escondiendo, y hacerle un poco de espacio.
Mi sueño es que todos podamos vivir libremente nuestras propias vidas autistas. Para eso, los que estamos en un lugar seguro para hacerlo, deberíamos dar a conocer el autismo, las distintas maneras de ser persona, y que como dice Temple Grandin: somos diferentes, pero no menos.
Hace unos días, después de hablar sobre esto con mi profesor de filosofía, escribió esta frase en la pizarra: "Ojalá llegues a ser el que eres"
No sé si iba por mí, probablemente no, pero me la apunté de todas formas.
Comentarios
Publicar un comentario